El siglo XIX fue, especialmente en Gran Bretaña, un período de expansión, educación, inventos, opulencia y pobreza. La prosperidad económica creó un mercado del libro parte del cual demandaba tipografía bella y diseños cuidados; además y por el contrario, las explosiones demográfica y educativa subsiguientes a la revolución industrial habían creado un mercado de ediciones baratas.
El tercer conde Stanhope había construido la primera prensa manual enteramente de hierro a finales del siglo XVIII; la primera prensa de cilindro accionada a vapor fue instalada en Londres para imprimir el Times el año 1812. Los periódicos habían de hacer frente a la acuciante necesidad comercial de llevar las noticias a los lectores con la mayor celeridad posible,cosa que no sucede con los libros, cuya impresión siguió efectuándose con prensas de mano —sobre papel también hecho a mano— durante toda la centuria. Los caracteres seguían fundiéndose uno a uno y componiéndose manualmente hasta que, en 1884, el norteamericano Linn Boyd Benton inventó la perforadora de cinta, gracias a lo cual los sistemas monotípico y linotípico de composición se hicieron factibles pero, con todo, la composición mecánica de libros no reemplazó a la manual hasta después de la Primera Guerra Mundial.
Las primeras fotografías permanentes fueron realizadas por el francés J. N. Niepce en 1822; Fox Talbot, inglés, desarrolló el proceso y en 1844 publicó The Pencil o fNature, el primer libro ilustrado con fotografías del mundo; sin embargo, no se dispuso del procedimiento de fotorreproducción de grabados tipográficos de línea y tono —autotipia— hasta después de 1880. Cuando el «bloque» (realizado fotográficamente) desplazó por fin a los procesos manuales para interpretar dibujos, comenzó una nueva era.
El tercer conde Stanhope había construido la primera prensa manual enteramente de hierro a finales del siglo XVIII; la primera prensa de cilindro accionada a vapor fue instalada en Londres para imprimir el Times el año 1812. Los periódicos habían de hacer frente a la acuciante necesidad comercial de llevar las noticias a los lectores con la mayor celeridad posible,cosa que no sucede con los libros, cuya impresión siguió efectuándose con prensas de mano —sobre papel también hecho a mano— durante toda la centuria. Los caracteres seguían fundiéndose uno a uno y componiéndose manualmente hasta que, en 1884, el norteamericano Linn Boyd Benton inventó la perforadora de cinta, gracias a lo cual los sistemas monotípico y linotípico de composición se hicieron factibles pero, con todo, la composición mecánica de libros no reemplazó a la manual hasta después de la Primera Guerra Mundial.
Las primeras fotografías permanentes fueron realizadas por el francés J. N. Niepce en 1822; Fox Talbot, inglés, desarrolló el proceso y en 1844 publicó The Pencil o fNature, el primer libro ilustrado con fotografías del mundo; sin embargo, no se dispuso del procedimiento de fotorreproducción de grabados tipográficos de línea y tono —autotipia— hasta después de 1880. Cuando el «bloque» (realizado fotográficamente) desplazó por fin a los procesos manuales para interpretar dibujos, comenzó una nueva era.
A principios del XIX, libros, periódicos, revistas, carteles y todas las demás clases de impresos comerciales se componían y se imprimían tipográficamente. Las ilustraciones se tallaban en madera (pudiendo imprimirse entonces junto con el texto) o se realizaban grabados de talla sobre planchas de cobre, bien fueran a la punta seca, al buril o al aguafuerte.
Tanto en el caso de la madera —xilografía— como en el del cobre, el dibujo se realizaba directamente sobre las planchas o se transfería del papel a la superficie impresora. La talla real del taco (mediante instrumentos cortantes, puntiagudos o ácidos) era complicada y laboriosa y solía encargarse a un artesano profesional.
Thomas Bewick grababa sus propios bloques de madera, pero casi todas las xilografías famosas de Tenniel, Pinnell, Caldecott, Greenaway y otros, publicadas entre 1860 y 1880, fueron grabadas por grabadores profesionales (que firmaban su trabajo y cuyos nombres —Edmund Evans, los Dalziels, John Swain— resultaban, a menudo, más conocidos que los nombres de los artistas responsables del diseño original). George Cruikshank era uno de los poquísimos ilustradores que grababa sus propias planchas caso, por ejemplo, de las ilustraciones de Sketches by Boz (Londres, 1836) o de Oliver Twist (Londres, 1838). Aubrey Beardsley fue el primer gran ilustrador que dibujó conscientemente para fotorreproducción de grabados de línea.
Alois Senefelder (1771-1834) había descubierto el año 1798, en Bavaria, un tercer procedimiento de impresión completamente diferente al que denominó litografía. Descubrió «que determinadas clases de piedra local tienen afinidad tanto por el agua como por la grasa. Si una cara de la piedra se pule y se dibuja sobre ella con tinta grasa, lo dibujado se fija a la superficie pétrea. Si entonces se moja ésta y luego se entinta con un rodillo, el agua repele la tinta salvo en aquellas zonas sobre las que se había dibujado previamente, que la retienen. Senefelder descubrió posteriormente que ciertas planchas de cinc poseen también esta propiedad. Aunque las implicaciones para las industrias de artes gráficas eran tremendas, tardaron bastante en ser percibidas plenamente».
Tanto en el caso de la madera —xilografía— como en el del cobre, el dibujo se realizaba directamente sobre las planchas o se transfería del papel a la superficie impresora. La talla real del taco (mediante instrumentos cortantes, puntiagudos o ácidos) era complicada y laboriosa y solía encargarse a un artesano profesional.
Thomas Bewick grababa sus propios bloques de madera, pero casi todas las xilografías famosas de Tenniel, Pinnell, Caldecott, Greenaway y otros, publicadas entre 1860 y 1880, fueron grabadas por grabadores profesionales (que firmaban su trabajo y cuyos nombres —Edmund Evans, los Dalziels, John Swain— resultaban, a menudo, más conocidos que los nombres de los artistas responsables del diseño original). George Cruikshank era uno de los poquísimos ilustradores que grababa sus propias planchas caso, por ejemplo, de las ilustraciones de Sketches by Boz (Londres, 1836) o de Oliver Twist (Londres, 1838). Aubrey Beardsley fue el primer gran ilustrador que dibujó conscientemente para fotorreproducción de grabados de línea.
Alois Senefelder (1771-1834) había descubierto el año 1798, en Bavaria, un tercer procedimiento de impresión completamente diferente al que denominó litografía. Descubrió «que determinadas clases de piedra local tienen afinidad tanto por el agua como por la grasa. Si una cara de la piedra se pule y se dibuja sobre ella con tinta grasa, lo dibujado se fija a la superficie pétrea. Si entonces se moja ésta y luego se entinta con un rodillo, el agua repele la tinta salvo en aquellas zonas sobre las que se había dibujado previamente, que la retienen. Senefelder descubrió posteriormente que ciertas planchas de cinc poseen también esta propiedad. Aunque las implicaciones para las industrias de artes gráficas eran tremendas, tardaron bastante en ser percibidas plenamente».
La litografía ofrecía al artista una ventaja importante e inmediata: no tener que grabar la plancha con el buril o el ácido. Se trata sencillamente de dibujar (con tizas o a pluma, con tinta grasa) sobre la superficie preparada de la piedra o el cinc, lo que significa que el tamaño de la ilustración puede incrementarse notablemente. Resultaba posible incluso trazar el dibujo (con tinta grasa) sobre papel y transferirlo a la piedra mediante presión. De hecho, aunque los artistas se interesaron por la litografía desde el primer momento, su incorporación a la ilustración de libros fue comparativamente lenta. Hizo posible, sin embargo, la impresión comercial en color y, como primera consecuencia de ello la edición de libros serios sobre arte o arquitectura provistos de un corpus de ilustración a color digno de confianza y en formatos grandes. La única posibilidad que previamente existía de ilustrar en color era iluminar a mano aguafuertes o acuatintas; aunque los resultados eran encantadores, en ningún caso podían calificarse de precisos, ya que cada plancha iluminada era distinta de las demás. Otro punto débil era las obvias limitaciones del coloreado manual. Los primeros libros que incluían litografías en color (llamadas "cromolitografías") con fines pedagógicos fueron probablemente la obra de Wilhelm Zahn sobre los frescos pompeyanos (Berlín, 1828) y Die Holz Architectur des Mittelalters (Arquitectura en madera de la Edad Media)(Berlín, 1836-1842).
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