En las antípodas del barroquismo victoriano, las composiciones sintéticas de Daumier (en cuyo patetismo ambiental la presencia de elementos simbólicos se reducen al mínimo esencial) permiten constatar que su autor se expresó gráficamente en un lenguaje profundamente nuevo (cercano al Goya de los Desastres y los Caprichos), y que al elegir la litografía como vehículo técnico apostaba decididamente por el futuro, mientras Doré parecía conformarse con ser el romántico epígono -ciertamente brillante- de una moribunda técnica de reproducción impersonal, sin porvenir industrial ni social alguno.
En el taller de Pisan se graba la mayor parte de las ilustraciones que el talento de Doré dibuja, a cuya colosal producción hay que responsabilizar de la irregularidad de los resultados. Hay que señalar también la labor de ilustrador de prensa desarrollada durante la década que va de 1860 a 1870 (Le Hanneton, Le Bouffon, L 'Eclipse, Le journal pour Rire) de este gran trabajador cuya genialidad intermitente ha marcado para siempre algunas imágenes de nuestro inconsciente (difícilmente pueden concebirse «otras» Divina Comedia, Oda del Viejo Marinero, Don Quijote de la Mancha, los cuentos de Perrault, etc., en distintos términos visuales a los que concibió para nosotros Gustave Doré).
Esta visión de futuro a que nos hemos referido no fue, por supuesto, virtud exclusiva de Daumier. Otros grandes artistas franceses del siglo XIX practicaron en mayor o menor medida la nueva técnica litográfica (en especial en la ilustración de libros), como Delacroix, Gavarni o Géricault. Este, junto a los representantes más cualificados del realismo, Courbet y Millet, son asimismo autores de sendos emblemas colgantes para establecimientos comerciales bien representativos de cada una de sus personalidades artísticas. En efecto, mientras Géricault ejecuta El forjador, Courbet prepara El Albergue del Sol y Millet piensa en La Asunción.
A pesar de las columnas de anuncio que desde 1840 poblaban ya Londres y París, de la ampliación de formatos de papel y de la progresiva intervención del color, las obras de los ilustradores improvisados en cartelistas, como Rouchon, no alcanzarán el título de categoría -artística por añadidura- hasta la aparición del "padre deL cartel moderno", como se conoce a Jules Chéret.

Cartel de Chéret para el "Folies-Bergère"
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