domingo, 5 de diciembre de 2010

LA FRANCIA LITOGRAFICA

Recogiendo la herencia de la Revolución de 1789 Honoré Daumier trató la caricatura y la ilustración con una profunda convicción social y política. Entre 1832 y 1872 dibujó, aproxirnadarnente, dos ilustraciones todas las semanas para los periódicos La Caricature y Le Charivari. Si Doré prefIrió la xilografía, Daumier se inclinó por la litografía en una proporción no inferior de cuatro a uno. La capacidad de síntesis de sus composiciones y la voluntad de conseguir así que la ilustración hablara por sí misma (sin apenas leer el breve texto que aparece al pie de las figuras), determinan una concepción gráfica muy semejante a la que todavía hoy define el cartelismo publicitario moderno.
En las antípodas del barroquismo victoriano, las composiciones sintéticas de Daumier (en cuyo patetismo ambiental la presencia de elementos simbólicos se reducen al mínimo esencial) permiten constatar que su autor se expresó gráficamente en un lenguaje profundamente nuevo (cercano al Goya de los Desastres y los Caprichos), y que al elegir la litografía como vehículo técnico apostaba decididamente por el futuro, mientras Doré parecía conformarse con ser el romántico epígono -ciertamente brillante- de una moribunda técnica de reproducción impersonal, sin porvenir industrial ni social alguno.
En el taller de Pisan se graba la mayor parte de las ilustraciones que el talento de Doré dibuja, a cuya colosal producción hay que responsabilizar de la irregularidad de los resultados. Hay que señalar también la labor de ilustrador de prensa desarrollada durante la década que va de 1860 a 1870 (Le Hanneton, Le Bouffon, L 'Eclipse, Le journal pour Rire) de este gran trabajador cuya genialidad intermitente ha marcado para siempre algunas imágenes de nuestro inconsciente (difícilmente pueden concebirse «otras» Divina Comedia, Oda del Viejo Marinero, Don Quijote de la Mancha, los cuentos de Perrault, etc., en distintos términos visuales a los que concibió para nosotros Gustave Doré).
Esta visión de futuro a que nos hemos referido no fue, por supuesto, virtud exclusiva de Daumier. Otros grandes artistas franceses del siglo XIX practicaron en mayor o menor medida la nueva técnica litográfica (en especial en la ilustración de libros), como Delacroix, Gavarni o Géricault. Este, junto a los representantes más cualificados del realismo, Courbet y Millet, son asimismo autores de sendos emblemas colgantes para establecimientos comerciales bien representativos de cada una de sus personalidades artísticas. En efecto, mientras Géricault ejecuta El forjador, Courbet prepara El Albergue del Sol y Millet piensa en La Asunción.
A pesar de las columnas de anuncio que desde 1840 poblaban ya Londres y París, de la ampliación de formatos de papel y de la progresiva intervención del color, las obras de los ilustradores improvisados en cartelistas, como Rouchon, no alcanzarán el título de categoría -artística por añadidura- hasta la aparición del "padre deL cartel moderno", como se conoce a Jules Chéret. Hijo de un humilde tipógrafo, empezó a trabajar a los trece años en talleres litográficos. En Londres, trabajó sucesivamente diseñando viñetas de catálogo y cubiertas de libros, publicaciones y algunos carteles, hasta que alquien le presentó al fabricante de perfumes Eugéne Rimmel, quien se convirtió desde entonces en su auténtico mecenas, avanzando incluso capital para establecer en París un estudio-taller litográfico equipado con las modernas prensas que se vendían en Londres.









Cartel de Chéret para el "Folies-Bergère"

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